lunes, 31 de agosto de 2015

Sin título: Capítulo 5: Amazonia Nova

No lo puedo creer todavía: me han cateado el equipaje y confiscado el móvil y la laptop. Me aseguran que al final de mi contrato me los regresarán. Y me recordaron que accedí a esto como parte de las condiciones del contrato de un año… Es cierto, firmé el contrato, pero no pensé que fueran tan estrictos, a pesar de página tras página de estipulaciones raras, que pareciera que lo que no era obligatorio estaba prohibido. Buena suerte que se me ocurrió esconder mi grabadora digital y el paquete de tarjetas de memoria SD en el sostén, que si no…



Han pasado varios días desde que llegué al islote al norte de Porto Sol, pero no había tenido tiempo de grabar mis notas. El trabajo es duro. Aunque se supone que nos contrataron como domésticas, hasta el momento no he visto señal alguna de que el patrón o patrones vivan en el islote. Si hubiera alguna mansión al otro lado del islote, no la he visto, y ninguna de las muchachas se ausenta del Complejo durante las horas laborales. El Complejo es una especie de campamento sobrevivencialista. Hay un edificio central de tres pisos. Allí están las aulas, la cocina y el comedor, el almacén, la enfermería y toda la planta baja es un gimnasio. Alrededor del edificio central hay veintitrés diminutos dormitorios en forma de cubo. Hay células fotoeléctricas por todos lados y sobre todo techo, y varios tanques de recaptación pluvial. Tenemos una huerta, un gallinero y varias cabras. Rumbo a la playa hay una explanada con muchas columnas de varios tamaños, que no parece tener ningún propósito, aunque las muchachas a veces pasan su tiempo libre caminando alrededor de la explanada, en silencio. Nadie se adentra entre las columnas, porque dicen que allí vive Karesansui. He preguntado quién o qué es, pero nadie contesta y solo bajan la mirada. Hacia las antiguas grutas sagradas, hay una casucha desvencijada. Allí vive el único hombre en toda la isla. Tiene aspecto de vagabundo, vestido en harapos y suciedad, y cojea encorvado sin rumbo por el islote. Nunca nos molesta, y me dicen que tenemos ordenado dejarlo en paz.



Otra vez han pasado varios días. Como decía, el trabajo es duro. Mi período de prueba es de seis semanas, con la promesa de dos semanas libres al final. De pasar la prueba, tendré luego una semana libre por cada tres de trabajo. Suena generoso, pero no sé si sea suficiente: los turnos son de doce horas, los siete días de la semana. Pasamos las primeras dos horas de cada turno en las aulas, aprendiendo sobre la construcción de viviendas eficientes, la plantación y cosecha de frutas y verduras, la mayordomía de animales de granja, la improvisación de herramientas, la cocina de plantas silvestres… Pareciera que nos están adiestrando para sobrevivir el Apocalipsis de los robots zombies nazi que son hombres lobo y vampiros, o algo… Luego, todas ayudamos a cocinar, limpiar, arar la huerta, cuidar a las gallinas, arrear a las cabras y demás menesteres por ocho horas. Las últimas dos horas del turno laboral son las peores. Entrenamos por dos horas completas el Krav Maga y el Método de Pelea Keysi. No me jacto de ser de calibre olímpico, pero he practicado Tae Kwon Do y Kuk Sool Won por diez años y creí que podía defenderme… Ninguna de las chicas son principiantes en estas nuevas disciplinas, y el nivel de ferocidad y agresión es algo que nunca había imaginado. Me dicen que la diferencia es que yo practicaba un deporte, mientras que ahora practicamos a sobrevivir. Tengo cardenales por todos lados, y al final de cada turno casi me tengo que arrastrar hasta mi tapete y han sido pocas las noches que no me arrullo a sollozos.



¿Que quién nos entrena en todo esto? Nadie, en realidad. Hay materiales audiovisuales para todo, y hay varias muchachas que han renovado su contrato y llevan aquí dos o tres años. Fungen como guías en nuestras tareas y Nana pareciera ser la líder. Dicen que este es su quinto año en el islote. La única novata aquí soy yo, aunque hay otras chicas que apenas están en su primer año… No me imagino quién quisiera vivir en estas condiciones más de un año… Y ahora me recuerdan que las condiciones del contrato estipulan que no puedo viajar fuera del islote hasta pasado el año, y que no me pagarán hasta el final del contrato. Insisten en que me compensarán por toda hora extra trabajada más allá de cuarenta horas semanales, y que además me pagarán los intereses a tasas bancarias por haberse quedado mi dinero ese tiempo, como si hubiera estado guardado en el banco. Suena bien, considerando que me están proveyendo el hospedaje y la alimentación, aunque solo me paguen el sueldo mínimo… No sé, a lo mejor es un buen trato, pero yo tengo otro propósito. Voy a averiguar qué le sucedió a mi hermana.



Ya casi completo mi período de prueba, pero ahora las muchachas me rehuyen un poco. A lo mejor las abordé demasiado con mis preguntas. Cualquiera de ellas que esté en su segundo año de seguro sabe algo al respecto, pero nadie quiere hablar… Ayer Nana vino a decirme con esa sonrisa ladeada suya que me choca tanto que pronto se terminará mi período de prueba, pero que tendré que enfrentar dos retos si quiero que me den el trabajo de planta. No me dijo de qué se trataba, pero me dijo que me preparara y que juntara fuerzas. Ya veremos… Aunque creo adivinar uno de los retos, por lo que me contaron las chicas antes de que empezaran a aplicarme la ley hielo. Todo este tiempo he estado durmiendo en un rincón del almacén, porque dicen que cuando se va alguien, desmantelan su dormitorio para que la novata tenga que aprender a construir un albergue. Supongo que me voy a gastar mis dos semanas libres construyendo mi propio cubo. No parece tan complicado, pero voy a necesitar ayuda. Creo que voy a tener que rogar hasta de rodillas para que alguien me ayude en sus horas libres… Ah, otra cosa rara sucedió: la semana pasada el vagabundo llegó a varios pasos de distancia y se me quedó mirando. Nana vino para explicarme que, cuando él tiene hambre, se le acerca a alguien y esa mujer tiene la obligación de conseguirle comida en las cocinas. Así lo ordenó el patrón, parece. Fui a conseguirle comida y regresé para entregársela. ¡Oh, cielos, qué aroma! Ese señor de seguro se zambulle en aceite rancio de pescado, se seca al sol y se restriega los sobacos con el culo de las cabras. Nana y su babosa sonrisa ladeada me informaron un rato después de que, como solo cocinamos cantidades exactas, esa tarde me quedaría sin cenar. Zorra de marras… y maldito bastardo, que ha venido cada día a pedirme de comer.



Acabé de construir mi dormitorio con un día de sobra. Quien diseñó estos cubos es un genio. Es de tres metros de largo, tres metros de ancho y tres metros de alto. Parece poco, pero cabe una salita, gabinetes, cocineta, retrete de compostaje, regadera de aguas pluviales y una cama doble. Y no se siente una apretujada para nada. Cuenta con su propia electricidad, generada por las células fotoeléctricas que forman su techo, así que ahora tengo aire acondicionado y calefacción. Me siento como si viviera entre el lujo más exorbitante y… Suena la puerta, luego vuelvo, que veo por la ventana a Nana, acompañada de Pati y Salomé, las más fortachonas entre nosotras. Esto no tiene buena pinta…



—Quítate la venda, pero permanece arrodillada.

—¿Dónde estamos? Parece un
dojo, como en las películas de Kung Fu… Ah, je je je…

—¿Qué te parece gracioso? Supongo que ríes por los nervios: puedo verte temblar, hasta el mentón te tiembla.

—Tiemblo porque Nana y sus compinches me vendaron los ojos y me forzaron a caminar entre las columnas de la explanada, sin explicarme nada, y ahora me encuentro secuestrada en un sitio desconocido, enfrentándome a un puto ninja vestido de negro, con todo y capucha y máscara Kabuki. Río por lo ridículo que te ves, sin importar que seas como un metro más alto que yo.

—Bien. Veo que intentas controlar tu temor y atacas con tus palabras. Haces bien. Mira alrededor: este es el karesansui, donde siempre queda un elemento escondido. Aquí traemos a las novatas para comprobar que hayan aprendido bien sus lecciones y se sepan defender de un atacante. Aquí veremos si todavía tienes algún elemento escondido. Quizá si revelas tu misterio, al fin seas libre…

—Mira, mi pequeño saltamontes, no me salgas con pavadas. ¿Que no sabes que toda mujer siempre guarda un secreto?

—Tu coquetería no me distrae. Te ofrezco un trato: si logras darme un puñetazo en la cara, contestaré tus preguntas. Te diré lo que le sucedió a tu hermana.

—¿Cómo sabe de…?

—¡Defiéndete!




Cuando por fin recuperé la conciencia, estaba tendida a medio dojo. Exploré con la lengua a ver si no me faltaba algún diente, pero solo encontré el labio partido y probé la sangre que me tenté sobre ceja y los pómulos. Seguro que en un par de días me voy a parecer a Rocky Balboa… Pero el puto ninja abusón mantuvo su palabra. Después de propinarme puñetazos, patadas, piquetes de ojos… carajo, que hasta me aplastó una teta de un cabezazo, cuando sentí que ya no podía más, me lancé a sus rodillas, intentando derribarlo. Sentí sus brazos de acero cerrarse sobre mi cuello, y presa de la desesperación, tiré una patada como alacrán, hacia atrás y hacia arriba. Mi pie hizo contacto con su máscara, y la sentí partirse. Sus carcajadas descendieron conmigo hasta la inconsciencia. Una vez que desperté y me cercioré de que no tuviera nada fracturado, me senté y pedí explicaciones. El ninja misterioso también se sentó frente a mí, en el suelo, y pude ver un ojo de rasgos orientales mirarme a través del trozo quebrado de su máscara de diablo. «Tu hermana era Briseida Gómez, ¿cierto?», me preguntó. Asentí con la cabeza. En ese momento me quedó claro que el vagabundo de la isla era este mismísimo ninja. Buen disfraz para pasar desapercibido y enterarse de todo… Dijo: «Primero dime por qué estás aquí, en mi islote». Le conté sobre cómo Briseida y yo crecimos en las favelas de isla Vulcanus hasta que nuestra madre nos vendió a una agencia de adopción clandestina, quizá para tener unos cuantos pesos y comprar más drogas. Estuvimos en varios hogares sustitutos hasta que me adoptaron y fui a vivir con una familia en Porto Sol. De Briseida no supe nada hasta que hace un año comencé a hacer investigaciones. Pude rastrear a Briseida, que regresó a vivir a las favelas de Vulcanus hasta que consiguió una plaza con la agencia Nexus para trabajar en el islote, y de allí nadie supo de su paradero. Es decir, nadie supo de ella hasta que su cuerpo fue depositado por las olas en Porto Sol. El ninja no se inmutó al escuchar estas noticias. Se limitó a contarme una historia. Me dijo que hubo un hombre que tenía muchas riquezas, pero que las consiguió por medio de muchos pecados. Como acto de contrición decidió nunca más regresar al mundo. También decidió que intentaría mejorar el mundo, poco a poco y una persona a la vez. Estableció el Complejo para traer jóvenes mujeres y capacitarlas para sobrevivir en un mundo que poco uso y afecto tiene por ellas. Las adiestró para que nunca más necesitaran de los hombres, y que nunca más fueran víctimas indefensas. «Dijo John Lennon que la mujer es la esclava del esclavo. Esto no puede continuar así», declaró. Entonces por varios años ha estado moldeando a mujeres jóvenes, devolviéndolas luego a sus domicilios anteriores con la consigna de que compartan sus conocimientos con otras. Su plan es que en menos de una generación, el balance del poder esté más inclinado hacia las mujeres. Según él, a diferencia de los hombres, cuando las mujeres construyen algo es para beneficiar a todos. Y cuando luchan, destruyen por completo a las amenazas. Le dije que era muy interesante, y todo, pero que me venía valiendo un pepino: ¿qué le sucedió a mi hermana? Suspiró profundo, y me contó que, por desgracia, Briseida vino a su islote todavía presa de la drogadicción y de sus deudas a hombres ruines. Ellos creían que de seguro había una mansión repleta de botín en el islote, y obligaron a Briseida a irse a trabajar allí para que les mostrara dónde desembarcar para saquear el islote. La noche pactada, Briseida salió a la playa a hacer señales con una lámpara de mano. Ella solo quería que la rescataran, porque no podía trabajar tan duro como las demás. Los maleantes atracaron en la playa y demandaron que Briseida los condujera a la mansión. No sabiendo qué hacer, ella los llevó hacia el Complejo. Seis hombres, aunque armados, no fueron reto alguno contra veintitrés torbellinos de puños y patadas. Ninguno sobrevivió, Briseida incluida. El ninja me dijo que podía quedarme y completar mi contrato, pero que él comprendería si quería mejor dimitir y marcharme… ¡Claro que me iré! ¿Cómo voy a poder verles las caras a todas estas putas que asesinaron a mi hermana, día tras día? Lo primero que haré será levantar un acta en la jefatura de policía en Porto Sol, y luego



«La agencia Nexus ofrece dos plazas de doméstica. Para mayores detalles, llame al número telefónico que aparece abajo».



Nana, la primera empleada del Complejo y aprendiz personal del hombre conocido como Karesansui, camina con paso firme rumbo a la embarcación que la llevará a isla Vulcanus. Allí buscará a otras que hayan estado en el islote, para crear una cooperativa. Crecerá su número. Quizás hasta establezcan su propio Complejo. El sueldo de cinco años le da ventajas que no toda mujer tiene: es libre.

Karesansui puede que perdone, puede que olvide, pero Nana no es presa de semejantes sensiblerías: es pragmática. Karen Fuentes, hermana de Briseida Gómez, representaba una amenaza para el Complejo: en pocos días las olas devolverán a Porto Sol el cuerpo de Karen, todavía asiendo su grabadora digital.


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domingo, 30 de agosto de 2015

Sin título: Capítulo 4: 枯山水 (Karesansui)

Érase una vez un joven que vivía sin dirección ni propósito, como muchos a su edad, hasta que una noche fue sobrecogido por una visión entre sueños.

En ella, el joven se encontraba en un espacio vacío, oscuro, infinito, y su conciencia era un punto luminoso donde todo existía dentro de él y nada existía por fuera. No existía lo material, sino que la realidad solo era la idea de sí misma que incluía el conocimiento propio. Percibió un alargamiento. Sin saber cómo, de repente tenía dos extremos y el universo era la longitud entre ellos. Otro milagro sucedió en corto tiempo: la longitud se expandió sobre sí misma y ahora el cosmos era su propia superficie. Casi enseguida hubo otro ensanchamiento, y ahora la plana superficie crecía sobre sí misma, creando el mundo que conocemos y todo lo que ha existido hasta el momento. Sintió alivio al haberse encontrado de nuevo, pero poco le duró el gusto: un instante después la creación infinita se infló sobre sí misma de nuevo. Sabía que antes podía desplazarse hacia enfrente, hacia un lado, hacia arriba y en toda dirección intermedia, pero esta última expansión era en una dirección completamente distinta a todas, a noventa grados de lo real, hacia la perpendicular del vacío.

Allí todo estaba delineado con bordes inconclusos y teñidos del polvo de las estrellas, y cada final era un comienzo, y nada terminaba de comenzar. Percibiendo sin ver y conociendo sin saber, todo objeto le resultaba familiar y extraño, y el interior y exterior eran simultáneos y aparentes por completo. No había nada oculto, y los pensamientos brotaban de las mentes como flores iracundas y ponzoñosas que alzaban el vuelo batiendo alas iridiscentes. Hasta las sombras iluminaban los rincones más recónditos.

Adivinó que seguía siendo un simple cubo, pero desarraigado de su continuidad física y cúbica por agencias externas, quizá nativas a este nuevo mundo. Alzó la vista, o al menos pensó hacerlo, y percibió con todos sus sentidos corporales a una plétora de seres maravillosamente terribles, hermosamente horripilantes, que variaban en aspecto de manera continua y aleatoria, kaleidoscopios vivientes hasta en el tiempo, ora infantes, ora ancianos, siempre deslumbrantes.

Cuando uno de estos seres estuvo cerca, como Ícaro, alzó la mano y rozó el borde de su manto sagrado. ¡El dolor! Un tumulto como el de nacer, como el de morir, como el sufrir de mil bocas hambrientas y un millón de laceraciones atravesó su ser, su memoria, su destino… y lo infectó para siempre de la perspectiva teseracta del tiempo.

Al despertar, entendió que en su existencia tridimensional estaban los indicios necesarios para entender su nueva percepción del paso del tiempo. Así como los humanos solo ven en dos dimensiones mientras que su mente calcula esa tercera dimensión que puede comprobar con sus otros sentidos valiéndose del paralaje entre los ojos, y pasan sus vidas apenas intuyendo el paso del tiempo, de igual manera esos seres maravillosos de su visión perciben la creación en sus tres dimensiones mientras que calculan la cuarta e intuyen una quinta, o más dimensiones, quién supiera qué alcance tienen los hipersentidos… Así se dio cuenta de que los humanos perciben el universo como un triángulo equilátero: un lado es su percepción, el segundo es la materia misma y el tercero es el momento presente. Entonces, para los humanos, el futuro es una sucesión de triángulos equiláteros cada vez más pequeños mientras más distantes en el tiempo. Solo es posible conocerlos al pasar más allá del triángulo actual, y solo se puede avanzar en orden: uno ha de llegar al último futuro hasta el final. Estando convencido de que su visión era cierta, de que esos seres eran reales, el joven dedujo que entonces el tiempo no era esa sucesión ordenada y férrea de triángulos equiláteros. No, el tiempo era una gama de todo tipo de triángulos, de todo tamaño, apilados al azar y disponibles al gusto. Su limitado cuerpo de tres dimensiones reales y una cuarta intuida no podía acceder al futuro, pero podía vivir en el pleno presente, cosa que ningún otro humano hace.


Esta nueva libertad lo llenó de soberbia. Su alma floreció en mezquinidad, como cualquiera que nunca ha gozado un ápice de poder y autoridad lo haría al hallarse en repentina posesión de una ventaja incomparable. Porque podía percibir el momento actual y reaccionar en ese preciso instante, al principio saldó cuentas a puño limpio con rivales reales o imaginarios. Después descubrió que el hurto era fácil, ya que la mano en realidad es más rápida que la vista, sobre todo con una mente igual de rápida que la mano. Una vez aburrido de adquirir posesiones que nunca terminaría de disfrutar aunque viviera mil años, decidió dedicarse al homicidio. Por algún tiempo lo hizo por placer antes de hacerlo por negocio. Su fama creció hasta volverse leyenda viviente, hasta que todo aquel que conociera de sus aptitudes temiera mencionar su nombre en voz alta.

Infalible e intocable pudiera ser, no así el resto de sus seres queridos. Ancianos, mujeres, niños, ninguno se salvó de crueles venganzas de un mundo repleto de enemigos rencorosos. Ni sus mascotas salieron ilesas, y el joven, ahora en su cuarta década de vida, lamentó con amargura todo cadáver violado, descuartizado, incendiado, sabiendo que todos ellos lo sufrieron todavía vivos. Tomó sus mal habidas ganancias y huyó a enclaustrarse. Creó compañías falsas y sobornó a quien fuera necesario para arrendar a perpetuidad alguna isla. Al norte de Porto Sol encontró un islote, considerado sagrado en un pasado algo lejano, que permanecía inhabitado. Contrató ingenieros y compañías de construcción en el continente y, aunque costoso, logró construir lo que se proponía sin que ningún habitante de las islas Circinus se enterara. Sus aposentos fueron subterráneos y parcos. Él mismo diseñó la única estructura que estaba a plena vista en la isla, emplazada sobre su recoveco. Era una explanada cuadrada de concreto, donde se erguían columnas sin basa, capitel ni techo, de distintas alturas y anchuras, colocadas al azar, pareciera, coronadas de células fotoeléctricas. Pero era una de las maravillas secretas del mundo: no había manera alguna de pararse en un extremo de la explanada y mirar a través de las columnas el extremo opuesto, sin importar dónde se colocara uno. Lo llamó Karesansui, y pasaba largas horas caminando alrededor de la estructura, intentando en vano ver el otro extremo, y recordando todos sus pecados.

De vez en cuando había curiosos o extraviados que llegaban a su islote, pero después de unos cuantos ahogados —que la marea devolvió a Porto Sol— empezó a crecer la leyenda de que el islote estaba embrujado, y que había una extraña estructura dominada por un espectro furioso.

Harto de la violencia y del contacto humano, el joven cuarentón decidió que algo habría que hacer para proteger la isla sin necesidad de teñirse de nuevo los puños de sangre ajena. También pensó que le gustaría usar sus riquezas para cambiar el mundo de alguna pequeña manera, pero fundamental y obvia. Quizá serviría como acto de contrición por sus pecados, o como venganza contra el cruel destino. ¿Cómo infectar al mundo con un cambio de paradigma?

Ya se le ocurriría algo después.



«La agencia de empleos Nexus ofrece plazas para trabajar como doméstica en residencia particular. Las solicitantes han de ser femeninas, de dieciocho a veinticuatro años de edad, residentes de las islas Circinus, gozar de buena salud y comprometerse a un contrato de un año. Hay solo veinticuatro plazas disponibles. Para mayores detalles, llamar al número telefónico que aparece abajo».


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sábado, 29 de agosto de 2015

Sin título: Capítulo 3: Vínculos

«¿Qué es esto?», se preguntaba una vez tras otra. Esa sensación de vacío en el estómago, la desazón repentina de mal aliento, la jaqueca fulminante, las náuseas atroces, el mareo desconcertante, los pezones tumefactos y todo por verle el rostro angelical a un niño. Apenas tenía unos minutos de haberse sentido así cuando viajaba en el autobús de regreso a la casa, cuando vio a la señora con su bebé que abordó mientras ella se apeaba. Y ahora la vecina de al lado salía con sus hijas a algún mandado, y al verlas la sensación la abrumó, repentina y total, una vez más.

«¿Qué es esto?».

Una vez dentro de la casa, al menos no correría el riesgo de sufrir de nuevo de…, de lo que fuera eso que le sucedió. Felizmente soltera y sin hijos, su profesión era su vida entera. Para distraerse, intentó hojear una revista de modas. ¡Maldición!, ahora parecía que toda la publicidad en la revista tenía niños. Azorada, dejó a un lado la revista y levantó otra, una de automóviles modernos. Lo mismo. Docenas de pequeños rostros la atisbaban de entre las páginas lustrosas de la publicidad. Con un leve gemido ininterrumpido en los labios, comenzó a manotear una revista tras otra, encontrando sin querer más y más rostros infantiles. De pronto, sin entender por qué, unos ojos azul cielo la detuvieron en seco. Obedeciendo al impulso, arrancó la página y con desgarres bruscos se quedó con esos ojos en la mano, mirándolos con detenimiento. Luego, buscó de nuevo entre los ejemplares hasta que encontró una oreja que la fascinó. Después encontró una cabellera hipnotizante.

El amanecer la encontró de rodillas frente al muro de la sala, donde había adherido —con tachuelas, clavos, cinta adhesiva y hasta engrudo que cocinó con harina y agua cuando se le terminaron los demás objetos— un colage de trozos fotográficos de toda parte de cuerpos infantiles. En el centro, como si fuera moderna Frankenstein gráfica, había la efigie de una niña que, aunque fragmentada e incoherente, le guardaba un cierto parecido a ella.

No regresó a trabajar. Cuando los vecinos se preocuparon lo suficiente para investigar si ella estaba bien y uno de ellos distinguió por la ventana que estaba tendida a media sala, llamaron a la policía y a la ambulancia. Cuando irrumpieron en su morada, encontraron toda la casa tapizada de colages de la misma estampa, y con garabatos rayados con varios implementos. No investigaron mucho, puesto que la mujer estaba al borde de la muerte, casi desangrada por los rasguños en sus antebrazos. Un policía notó que frente a ella, en el muro, decía en escarlata marrón: «Rosario Vélez». Más abajo: «¡Hija mía!».

El siquiatra pidió a la secretaria que buscaran parientes o apoderados para autorizar el internamiento, pero no hallaron ninguno. En su oficina, apuntó en las notas clínicas que el brote sicótico estaba centrado en la alucinación de una ficticia hija, y que la paciente insistía que había tenido una hija, pero que sus vidas felices de repente fueron sustituidas por su vida actual; que, en la otra vida, ella era (o es) madre soltera, pero que el resto de los detalles de su vida eran iguales.

Semanas después, el mismo siquiatra tuvo que atender a varios de los vecinos, porque aseguraban que recordaban a una niña que vivía en la casa de la vecina internada. La policía hizo pesquisas, pero no se encontró evidencia de persona extraviada. Un año después, todos quienes conocieron al paciente cero, a la mujer todavía internada, reportaron las mismas alucinaciones: el recuerdo de una niña de ojos azules que nadie había conocido jamás, y que no existía. Una noche, después de una larga jornada, por pura curiosidad, el siquiatra usó el buscador de Internet. Deletreó con cuidado el nombre. Oprimió «buscar». Obtuvo un solo resultado, un artículo publicado por un periódico de la época:


«Rosario Vélez (nacida el 8 de agosto de 1833, muerta el 15 de julio de 1841). Una de las víctimas del controvertido y horrible incendio del orfanato La Piedad, cuyo saldo fue la muerte de todos los doscientos residentes (hacer clic para un listado completo). El juez dictaminó negligencia por parte de la institución, quienes mantuvieron… (hacer clic para leer el artículo completo)».


El retrato que acompañaba al artículo mostraba a una niña de tierna edad, de un parecido asombroso a su paciente cero.



—Te lo dije: estos seres contienen una variable que se dispara al infinito. Ya sé que los cálculos demuestran que es imposible, pero aquí está la prueba: mira en esta región del fractal. ¿Lo ves? Hay ciertas concatenaciones que trascienden el espacio y el tiempo… No, no puedo formular una ecuación para este fenómeno todavía. Vale la pena realizar otras cuantas iteraciones, para cerciorarnos de que no sea una anomalía, pero han sido doscientos de estos experimentos, y la anomalía aparece en cada uno de ellos.

—Muy bien: prepara otra tanda de experimentos.


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viernes, 28 de agosto de 2015

Sin título: Capítulo 2: Umbrales

A todos se les hacía muy rara la manía que Fabio tenía por abrir cualquier puerta a su alcance y mirar dentro. Habitaciones, baños, clósets, gabinetes, vitrinas, ninguna de sus puertas se salvavan de ser escudriñadas. Aunque él nunca lo hubiera contado, no sería difícil comprender su obsesión si uno se enterara de la causa.

Cuando Fabio era un cuarentón divorciado con tres hijos que no le dirigían la palabra desde hacía años, al borde de la quiebra y con un complejo de inferioridad aplastante, hubo un día que regresó a la casa después de otro día interminable en su trabajo de mala paga y sin oportunidades de mejora. Para variar, el jefe no le había recordado lo inútil e inepto que era, pero de todos modos sabía que lo era. Cabizbajo y con los hombros redondeados por el agobio de ser Fabio cada día por todo el día, abrió la puerta de entrada.

Se encontró a media sala de lo que fuera su humilde domicilio si dicho inmueble hubiera recibido las atenciones de un equipo furioso de remodeladores y diseñadores de interiores con patrocinadores de bolsillos hondos y generosos. Fabio retrocedió varios pasos por la puerta todavía abierta para cerciorarse de que no estuviera allanando una morada ajena. No. Era la dirección correcta en la calle apropiada, donde todo lucía igual excepto por el automóvil deportivo último modelo que estaba estacionado justo donde escaso minuto y medio estuviera su carcacha decrépita de los últimos doce años. Con cautela, Fabio ingresó de nuevo, a hurtadillas. Exploró la casa y encontró artículos similares a los que poseía antes de irse a trabajar, pero mejores y nuevos. Hasta las fotos sobre la mesita de entrada eran de él, pero lucía más apuesto y feliz que nunca. Su ex aparecía también en casi todas las fotos, ora acompañada de los hijos, ora solo junto a él, pero era la versión de Mónica sin veinte años de riñas en las arrugas alrededor de los ojos y apenas unos kilos de más que cuando la conoció en la preparatoria. Eran fotos de un Fabio y una Mónica versión Hollywood. Así encontró detalle tras detalle paralelo a su vida anterior pero aumentado y mejorado de manera desmedida, casi ridícula. Mucho lo sorprendió, aunque medio lo intuyera, que al cabo de media hora su ex ex entrara en la casa acompañada de los hijos y lo saludaran con abrazos y besos efusivos y sinceros.

Pasaron varios días antes de que pudiera conciliar el sueño la noche completa. Al cabo de un mes, casi creía que su vida anterior —su vida real, carajo— era el sueño y que esta alucinación —porque cómo demonios no fuera otra cosa que algún desperfecto de su mente— era la verdad verdadera. Un poco más de un año transcurrió hasta que un día este Fabio versión Brad Pitt fue al baño y al salir entró de nuevo a esa casa desvencijada de antes. Entró y salió varias veces del baño, lloriqueando y con un continuo gemido gutural apenas si escapando por el rictus desolado de su antigua cara de Fabio mequetrefe.

Una década completa vio a Fabio abrir toda puerta a su alcance; si hubiera existido alguien que le tuviera aunque sea un poco de afecto, lo hubieran internado en un siquiátrico. Pero no, nadie parecía siquiera percatarse de su existencia, mucho menos de sus eccentricidades.

No obstante, justo el día en que Fabio dejó de ansiar que se abriera la puerta que lo dejara entrar de nuevo a esa vida maravillosa, salió de su pocilga y entró a la nada.



—¿Hasta cuándo has de entender que es cruel trasplantar una conciencia de uno a otro universo paralelo? Los seres de esta iteración tienen potencial, pero no puedes someterlos a estos experimentos sin su consentimiento, o al menos sin una explicación.

—¿Acaso crees que ellos le explican a una bacteria sobre los antibióticos? Aunque lo hicieran, ¿qué comprendería la bacteria? Además, el grado de separación entre ellos y los microbios es mil millones de veces menor que el grado de separación entre ellos y nosotros. ¿Cómo creer que pudieran entendernos?

Lo que parece molestia o irritación atraviesa como sombra pasajera por la mirada del más compasivo. Cierto que poco puede protestar: estos experimentos clandestinos fueron prohibidos desde hace eones. Se voltea de nuevo a su dimensioscopio e imagina que quizá pueda haber alguna manera de establecer comunicación con alguno de estos seres que aparecen de manera insistente en muchas iteraciones de la ecuación fractal que estudia en estos momentos.


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jueves, 27 de agosto de 2015

Sin título: Capítulo 1: La perpendicular del vacío

—Le repito que no fue un sueño, fue una revelación.

—Y yo le repito que es imposible.

—Pero no, profesor. Mire, si los conjuntos de Mandelbrot representan la conjugación de números enteros con imaginarios dentro de parámetros limitados, ¿por qué no puede haber fractales de conjuntos infinitos?

—Porque así funcionan las matemáticas. Así está hecho el universo. Punto final.

—Pero le digo que vi…

—No me interesa. Es más, en mi opinión Mandelbrot solo descubrió una curiosidad y nada más. Aparte, usted no está en ninguna de mis clases de Cálculo. Así que sugiero que estudie Matemáticas por unos cuantos años y, cuando obtenga su doctorado, entonces sabrá por qué es imposible lo que me plantea. Y la próxima vez que se le ocurra experimentar con la lisérgica sería mejor que vaya a molestar a su profesor de Filosofía con sus sandeces. Buenos días, con permiso.

—¡Profesor!

En vano Pablo le dirigió la palabra al profesor Morales, que ya se alejaba apresurado. Pablo Rincón, estudiante de primer semestre en la carrera de Filología, decidió faltar a clases ese día e irse a la biblioteca para buscar cuanto libro existiera en referencia a los números fractales. Estaba convencido de que allí encontraría alguna pista para llegar a entender la visión que tuvo la noche anterior.

En vano Pablo buscó. Cada noche, durante el momento del sueño más profundo, se sentía volver a la lucidez y de nuevo le sobrecogía la revelación. Era una turbulencia de sensaciones que trascendía más allá de lo que cualquier humano pudiera captar con los veintidós sentidos corporales. Era indescifrable e inefable. Era una experiencia hermética incomprensible, pero irrefutable. La aceptó como la única verdad en la existencia. Se la pasaba en la biblioteca en lugar de ir a clases, y en corto tiempo reprobó todas las materias por haber estado ausente desde la primera noche de la revelación. Cuando lo echaron de la Universidad, en lugar de regresar a su hogar, comenzó a dormir a la intemperie. De día buscaba bibliotecas para intentar hallar más información. Hacía apuntes en servilletas usadas y al margen de periódicos usados. Comía cuando recordaba qué era el hambre.

Unas cuantas semanas después, la policía encontró su cuerpo demacrado y pestilente acurrucado debajo de un puente peatonal. Sin poder identificar el cadáver, se registró como «desconocido» en el acta de defunción y se depositó en la fosa común del condado. Entre sus pocas pertenencias se hallaron fajos grandes de papeles sueltos, atados con sogas decrépitas. Supusieron que el desconocido juntaba papel para venderlo a las plantas de reciclaje y ganarse unos centavos. Muchos vagabundos acostumbran hacerlo así. Las notas de Pablo se fueron al incinerador sin que nadie las leyera nunca, y en cenizas terminaron las pistas de la verdadera naturaleza de la vida y de la conciencia.


—Te lo dije: esta especie no podrá entenderlo jamás.

—La configuración sináptica adecuada ha ido apareciendo más a menudo, ahora que la población humana ha alcanzado un crecimiento parabólico. Me gustaría seguir intentando establecer contacto, antes de que alcancen el punto de extinción repentina.

—Adelante, pero pierdes tu tiempo. Siempre terminarán dementes. Es demasiado para ellos. Nunca lo van a soportar.

Mientras que su compañero se prepara para intentar una nueva inoculación, él dirige sus poderosos dimensioscopios a una sección distinta de su diagrama fractal infinito, dibujado con tinta de estrellas.


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