sábado, 8 de diciembre de 2007

El valor del escepticismo


El valor del escepticismo

Mi parábola favorita concerniente al escepticismo y a cómo se obtienen los conocimientos es una inferencia indirecta que, sorprendentemente, encontré en una novela de fantaciencia.
“Había un hombre que cada día se sentaba a mirar a través de una apertura vertical angosta, en donde un solo tablón se hallaba ausente en una alta verja de madera. Cada día pasaba afuera de la verja un asno silvestre del desierto, enfrente a la angosta apertura: Primero, la nariz; luego, la cabeza, las patas delanteras, la larga espalda parda, las patas traseras, y al final la cola. Un día, el hombre aquel se puso de pie de un brinco con la chispa del descubrimiento en sus ojos, y declaró a alaridos para que toda persona lo oyese: '¡Es obvio! ¡La nariz es la causa de la cola!’”1

Aunque el pasaje anterior tiene como intención ridiculizar la creencia en la conciencia granular y la perspectiva determinística del universo, también inmediatamente obtiene una reacción interna en el lector. Primero, dicho lector tiene que mofarse del lapso de lógica del hombre desértico. Inmediatamente después uno tiene que justificar consigo mismo las razones de porqué la lógica es defectuosa y cuál debería de ser la suposición correcta. Uno muestra escepticismo ante la afirmación del hombre del desierto, inevitablemente. Los humanos parecemos obligados a preguntar "¿Por qué?" a cada momento, y estamos aparentemente condenados para siempre a dudar cualquier respuesta provista. Este escepticismo debe de tener entonces algún valor real en nuestras vidas. Por lo tanto, repasemos la disposición filosófica de Pyrrho de Elis, y comparemos y contrastemos las principales ideas de David Hume e Immanuel Kant al respecto de la utilidad o el valor del escepticismo. Después, consideremos lo que Stephen Hawking tiene que decir sobre el escepticismo y la búsqueda del conocimiento. Haremos esto para identificar cuál es el valor del escepticismo para los humanos, si es que hubiera uno, es decir, ya sea positivo o negativo. La relevancia o valor que le asignemos al escepticismo debería de ser no tan solo la necesidad obvia de este como herramienta para practicar la filosofía, sino también como un componente vital en la práctica de las actividades cotidianas.

Entonces, para comenzar uno debería de preguntar: ¿Qué es el escepticismo? La palabra griega skeptesthai significa “examinar”, y gradualmente terminó abarcando el significado de dudar lo que es generalmente aceptado como verdadero.2 Por lo tanto, cuando se practica la filosofía uno se concierne principalmente con el aspecto epistemológico del escepticismo, es decir, el de dudar el alcance y la validez de todo conocimiento humano y de cómo se obtuvo.
La mayor parte de la tradición filosófica occidental encuentra sus raices en la filosofía griega. En el quinto siglo antes de Cristo, los Sofistas griegos profesaban una perspectiva de la vida más bien escéptica al afirmar que toda declaración concerniente a la realidad era falsa, y que de ser cierta no había manera alguna de comprobarlo. Fue Pyrrho de Elis quien propuso los primeros estatutos formales sobre el escepticismo. Por concentrarse sobre todo en el campo de la ética, él mantenía que en vista de que nadie posiblemente puede saber nada sobre la verdadera naturaleza del Cosmos, entonces es de sabios suspender juzgamentos. Él era un pensador radical que hacía lo que decía, y se cuenta que como Pyrrho dudaba hasta la realidad de un precipicio, él hubiera caminado hasta caer ahí de no ser por sus discípulos que tuvieron que impedirle el paso.3
Veintidós siglos después, una vez que las ideas griegas habían sido acogidas por el mundo occidental, estas cayeron en el olvido, tan solo para ser descubiertas una vez más y recibidas de nuevo ahora hasta por la religión institucional. David Hume llegó a este escenario durante los años de la centena de 1700, explorando todo desde la causación, percepción, creencia, historia, religión, economía, estética y hasta la psicología, contribuyendo ideas originales a cada uno de estos campos. Tradicionalmente (y a regañadientes) a Hume lo consideran los catedráticos como el más grande filósofo británico y el escéptico más extremo, de paso. Se le acusa de socavar todo reclamo de validez a cada creencia que pudiera existir en el mundo real, en el yo y en el concepto de causa y efecto por completo. Aparentemente, es su culpa por completo de que los empiricistas ingleses posteriores se dieran gusto con sus supuestos excesos. No obstante, en tiempos actuales los catedráticos parecen haberle ganado más afecto a la idea de que Hume tenía una meta más amplia y constructiva en mente con su escepticismo. Se comenta que lo único que Hume quería lograr con dicho escepticismo era establecer límites a las justificaciones racionales. Al enfrentar a la razón contra si misma, él quería demostrar que todas nuestras creencias eran de por sí naturales, instintivas e inevitables.4 El Lord Quinton de Hollywell, presidente de la Royal Institution of Philosophy desde 1991, dice lo siguiente sobre Hume:
“Al explicar cómo es que de hecho llegamos a tener las creencias que tenemos, [Hume] nos demuestra que estamos de tal manera constituídos que no podemos evitar tenerlas. Después de todo, a menos que hubiera algo que mencionar sobre ellas, ¿qué piensa él que hace al tratar de explicarlas, en vista de que las explicaciones son cuestión de someter a las cosas bajo las leyes causales?”4

Parece ser que Hume estaba más interesado en las cosas concretas, tales como la moralidad, la política y la psicología, en lugar de en la teoría de los conocimientos. Es más, a él se le conocía como a un señor muy "buena onda", con el que siempre se puede contar, un señor que a todos agrada, y no era el misántropo hastiado, inestable y "cínico" que uno hubiera anticipado de alguien extremadamente escéptico. Esa búsqueda de Hume por soluciones activas a los rompecabezas filosóficos es él quien la describe mejor:
“La revisión intensa de esta multitud de contradicciones e imperfecciones en el razonamiento humano ha causado tanta angustia en mí y ha recalentado mi cerebro, que me encuentro al borde de rechazar toda creencia y razonamiento, y no puedo discernir si alguna opinion pudiera ser más probable o más posible que ninguna otra. ¿Dónde estoy, o qué soy? ¿De cuáles causas derivo mi existencia, y a qué condición retornaré? ¿De quién debo cortejar su patrocinio, y de quién debo temer su ira? ¿Cuáles seres me rodean? Y, ¿Sobre quién tengo influencia, o quién tiene influencia sobre mí? Estoy confundido con todas esas preguntas, y empiezo a pensarme a mi mismo en la condición más deplorable que se pueda imaginar, rodeado de las tinieblas más profundas, y eternamente privado del uso de cada uno de mis miembros y facultades. Por buena fortuna sucede que ya que la razón es incapáz de disipar esta nubosidad, la Natura misma basta para este propósito, y me cura de esta melancolía y delirio filosófico, ora al relajar esta disposición mental, ora por algún pluriempleo e impresiones vívidas de mis sentidos, lo cuál elimina todas estas quimeras. Ceno, juego al backgammon, converso, y estoy alegre con mis amigos; y cuando después de tres o cuatro horas de divertimento regreso a esas especulaciones, aparentan ser tan frías y forzadas y ridículas que no tengo el corazón para adentrarme en ellas ya más.”5

Aunque en su propia época Hume era bastante respetado por su History of Britain, su filosofía pasó desapercibida y su perspectiva sobre la religión horrorizaba a la gente. Immanuel Kant, tan solo trece años menor que Hume, alega que se le despertó de su "somnolencia dogmática" al leer a Hume (por supuesto, siendo semejante escéptico, Hume hubiera dudado seriamente ser responsable por los resultados de eso). Basicamente (si es que cualquier cosa relativa a Kant se puede llamarle "basica" en lo absoluto), Kant creía que en realidad hay una ley moral objetiva, revelada a nosotros no a través de la experiencia, pero a través de la razón pura (a priori). El profesor de Filosofía, Ralph Walker, del Magdalen College en Oxford, sumariza a Kant de la siguiente manera:
“[La Ley Moral de Kant] nos obliga a actuar, o a abstenernos de actuar, simplemente en base a que la acción es requerida o prohibida por esa ley. Es una 'imperativa categórica': Ni su autoridad ni su poder para motivarnos se derivan de ninguna otra cosa más que de si misma.”6(p.5)

En la explicación de su concepto de la ley moral, Kant se oponía a la mayoría de las opiniones de Hume, quien creía que los principios teóricos son tan solo hábitos del pensamiento humano derivados de nuestra psicología y de "las condiciones contingentes de la humanidad". También, Hume pensó que nuestros principios morales son el desarrollo natural de actitudes que pertenecen a la naturaleza humana.6(p. 25) Ya que esto significaría que el concepto de a priori sería incorrecto, Kant lanzó una contestación exhaustiva a los puntos de vista de Hume en su Crítica de la razón pura, defendiendo allí el principio inductivo y el concepto de la causa como absoluta necesidad de cualquier conocimiento en absoluto. Equivocadamente, Kant suponía que Hume admitía tal vez un poco de conocimiento a priori, ya que Hume no incluyó a las matemáticas en su "empiricismo", y también que la negación de dichos conocimientos a priori sería simplemente una estupidez (pero el motivo era tan solo que Hume no sabía nada de matemáticas, y por eso ni escribía ni mencionaba nada al respecto). Kant escribió:
"En esta época filosófica y de crítica es dificil tomarse en serio el empiricismo, y uno tiene que suponer que se nos presenta tan solo como un ejercicio para juzgamento y para iluminar más claramente, a través del contraste, la necesidad perteneciente a los principios racionales a priori. Por lo tanto, uno debe estar agradecido con aquellos quienes quieran molestarse con esta tarea que de cualquier otro modo resulta para nada instructiva”.7

Qué ironía, en retrospectiva, que se pueda decir que Kant fue un paso más allá que Hume en su escepticismo, al dudar el alcance y capacidad de las dudas de Hume.

A pesar de que esos dos grandes filósofos vivieron durante lo que se ha llegado a denominar el "Siglo de las Luces", ellos no podrían haberse imaginado los avances en la ciencia y en la tecnología que han sucedido en los doscientos y pico años que transcurrieron desde que ellos estuvieron vivos, ni cuánto la gente sí se "atreve a saber", ni cuantas veces esos descubrimientos acarrean consigo el colapso de las modalidades aceptadas del pensamiento. Un ejemplo de muchos es el trabajo del astrofísico Stephen Hawking. Él ha propuesto que el tiempo y el espacio no son infinitos, pero que no tienen ni extremos ni límites, y que no hay singularidades. Al hacer esto ha subvertido la mayoría de la ciencia desarrollada en el siglo XX y ha hecho que se pare de frenazo una vez más para repasar y modificar algunos conceptos que no eran correctos del todo. Pero viéndolo bien, el siglo pasado dio paso a la extraña situación donde todos los científicos estuvieron de acuerdo sobre los hechos y la mecánica del universo, pero al parecer discrepando sobre lo que significaba todo ello. Por ejemplo, las interpretaciones de la Mecánica Cuántica se dividen en por lo menos seis "escuelas de pensamiento", cada una de ellas con nuevas subdivisiones diarias. En contraste, en siglos pasados, los científicos estaban todos de acuerdo en lo que todo significaba, pero no podían reconciliar ni sus datos ni sus técnicas. Pero esos problemas ya no se limitan al reino de los científicos y catedráticos pues que en el estado actual de nuestra sociedad nuestra posición filosófica está determinada en gran manera por los hechos científicos. Aparentemente, lo contrario también es cierto. Esto nos revela una nueva faceta del escepticismo: Hay que dudar que debiéramos dudar. El profesor Hawking escribió:
“¿Está todo determinado? La respuesta es sí, lo está. Pero, para lo que importa, porque nunca podemos saber qué es lo que está determinado”.8(p. 139)
“No estoy de acuerdo con la visión de que el universo es un misterio, algo que podemos intuir pero que nunca podremos analizar o comprender por completo... Es posible que no estemos destinados a siempre andar a tientas en las tinieblas. Podría ser que irrumpamos hasta llegar a una teoría completa del universo. En ese caso, en serio que sí seríamos los Amos del Universo."8(pp. viii, ix)

Aunque algo melodramático, Stephen Hawking es el mejor candidato hasta la fecha para encontrar la Gran Teoría Unificada de Todo, esa con la que hasta Albert Einstein fantaseaba.

Después de brevemente echarle un vistazo a las ideas principales sobre el escepticismo de estos notables personajes, todavía tenemos que encontrarle un valor al escepticismo. Pyrrho, aunque extraordinario en su convicción, nos demostró que el escepticismo podría ser poco práctico en el mundo real cuando se lleva a los extremos. Hume nos mostró que el escepticismo nos ayuda a definir los límites de lo que cada uno de nosotros puede saber de manera personal a través de la experiencia y el razonamiento. Kant nos enseñó que la moralidad no depende de qué tan escépticos seamos sobre lo que sabemos o sobre la manera como lo aprendimos, pero que la moralidad es algo absolutamente real. Y Stephen Hawking nos indicó que tan solo podemos tener escepticismo sobre nuestra comprensión, pero no de cuánta de esta se puede obtener.
Que el escepticismo es una parte vital en la actividad filosófica es incontestable. Que el escepticismo podría ser intrínseco a la mismísima arquitectura del cerebro humano, está todavía por comprobarse (después de todo, ¿dónde reside la conciencia en el cuerpo humano?). Pero, ¿que sea necesario para otras actividades aparte del razonamiento puro? Mi humilde opinión, la cual siempre considero primero aunque la cambie después, me conduce a creer que el escepticismo es una herramienta benéfica para esta vida. Es ese consejero sin palabras en las situaciones desconocidas en la vida de uno y el acusador implacable en las divagaciones de la mente. Es el pequeño "¿cómo así?" en la mente cuando cuestionan nuestras creencias personales, y el estrepitoso "¡Me vas a disculpar!" cuando dichas creencias están bajo ataque. Es algo inescapable y necesario.
Ahora, si alguien deriva un valor negativo por las mismas razones que he dado, será porque de alguna manera la ignorancia o un temperamento innoble le bloquea el paso hacia su razonamiento puro. Porque vivimos en una época cuando el mundo se ve plagado por la opresión y el cinismo; un mundo en el cual hasta los creyentes piensan que es cobardía poner todo en las manos de Dios, o de un dios; un mundo donde el utilitarianismo se ha convertido en una manera de racionalizar los corazones insensibles. Y el escepticismo no nos condujo hasta esta catástrofe, nosotros mismos lo hicimos.
Así como se mostró en las acciones y palabras (de manera indirecta) de Pyrrho, Hume, Kant y Hawking, dudar es ─a falta de un término más directo─ "bueno". Hasta dudar de nuestras propias dudas y dudar de cómo se nos ocurrió dudar en primer lugar, es bueno. Es necesario. Es inevitable. Y, simplemente, es.





Resources:
1 Frank Herbert, Heretics of Dune, Berkley 1985, p. 368
2 “Skepticism”, Microsoft Encarta Online Encyclopedia, Microsoft Corp. 2000.
3 “Western Philosophy”, ibid.
4 Anthony Quinton, Hume, ed. R. Monk and F. Raphael, Routledge 1999, p. 34
5 David Hume, Treatise of Human Nature, ed. L. A. Selby-Bigge, Oxford 1888 and later, pp. 268-269
6 Ralph Walker, Kant and the moral law, ed. R. Monk and F. Raphael, Routledge 1999.
7 Kant’s gesammelte Schriften, Deutsche Akademie der Wissenschaften, Berlin, 1900, volume V Critique of Practical Reason, p. 14
8 Stephen Hawking, Black Holes and Baby Universes, Bantam 1993.

The Value of Skepticism

Daniel A. Franco

Philosophy 1301

Dr. Alex Schilpp

October 21, 2002

The Value of Skepticism

My favorite parable concerning skepticism and how we obtain knowledge is an indirect inference I found, of all places, in a science-fiction novel.

There was a man who sat each day looking out through a narrow vertical opening where a single board had been removed from a tall wooden fence. Each day a wild ass of the desert passed outside the fence and across the narrow opening - first the nose, then the head, the forelegs, the long brown back, the hind legs, and lastly the tail. One day, the man leaped to his feet with the light of discovery in his eyes and he shouted for all who could hear him: ‘It is obvious! The nose causes the tail!’”1

Although the above passage is intended to deride the belief in granular awareness and to ridicule the deterministic view of the universe, it also immediately elicits an internal reaction in the person reading it. The reader first has to scoff at the desert man’s lapse of logic, and immediately after, one has to justify to oneself the reasons why the logic is flawed and what the correct assumption must be. One is skeptical of the desert man’s assertion. One cannot help but to do so. Us humans seem bound to ask “why?” at every turn, and apparently condemned to forever doubt any answer provided. This skepticism, then, must have real value in our lives. Therefore, we must review the philosophical disposition of Pyrrho of Elis, and compare and contrast the main ideas of David Hume and Immanuel Kant concerning the usefulness or value of skepticism. Afterwards, we will consider what Stephen Hawking has to say about skepticism and the search for knowledge. This we do to identify what is the value of skepticism for humans - if one is to be found, that is, either positive or negative. The relevance or value we will assign to skepticism must not only be the obvious need of it as a tool to do philosophy, but also as a living component in the practice of daily mundane activities.

To begin, then, one must ask “what is skepticism?”. The Greek word skeptesthai meant “to examine”, and gradually became extended to mean doubt for what is generally accepted as truth.2 Therefore, when doing philosophy one is concerned mainly with the epistemological aspect of skepticism, which is to say, to doubt the scope and value of all human knowledge and how it was obtained. Most of the Western Philosophical tradition has its roots in Greek Philosophy. In the fifth Century B. C. the Greek Sophists professed mainly a skeptical view of life affirming that all statements concerning reality were false, and even if they were true, there was just no way to prove it. It was Pyrrho of Elis who proposed the first formal principles about skepticism. He mainly concerned himself with ethics, so he maintained that since no one can possibly know anything about the true nature of the Cosmos, it would be wise to suspend judgment. A radical thinker who put his money were his mouth was, Pyrrho is said to have doubted the reality of a precipice, and would have walked off the cliff if not physically restrained by his disciples.3

Then, twenty-two centuries later, after the Greek ideas had been embraced by the Western world, they were then forgotten only to be re-discovered and embraced again even by the established religion. David Hume arrived at the scene in the 1700’s exploring everything from causation, perception, belief, history, religion, economics, aesthetics, to psychology, making original contributions to each. Traditionally (and grudgingly so) Hume is viewed by academics as the greatest British philosopher and the most extreme skeptic at that. He stands accused of undermining all claims to the validity of every belief we could have in the real world, in the self, and in the whole concept of cause and effect. Apparently, it is his entire fault that subsequent English empiricists indulged in their alleged excesses. However, in present times academics seem to warm up to the idea that Hume had a more constructive and broad goal in mind with his skepticism. It is said that all Hume wanted to accomplish with his skepticism was to establish the limits of rational justifications. And, by turning reason against itself, he wanted to show that all our beliefs were nonetheless natural, instinctive and inevitable.4 Lord Quinton of Hollywell, president of the Royal Institution of Philosophy since 1991, says about Hume:

“In explaining how we in fact come to have the beliefs that we do, [Hume] shows that we are so constituted that we cannot help having them. After all, unless there were something to be said for them, what does he think he is doing in explaining them, since explanation is a matter of bringing things under causal laws?”4

It seems that Hume was more interested in concrete things, such as morals, politics and psychology, rather than in the theory of knowledge. In fact, he was known to be a real cool guy, the go-to guy, the real nice guy that everyone likes, not the jaded, unstable and misanthropic cynic we might have expected from an extreme skeptic. Hume’s search for living solutions to his philosophical puzzles is best described by himself:

“The intense view of these manifold contradictions and imperfections in human reason has so wrought upon me, and heated my brain, that I am ready to reject all belief and reasoning, and can look upon no opinion even as more probable or likely than another. Where am I, or what? From what causes do I derive my existence, and to what condition shall I return? Whose favour shall I court, and whose anger must I dread? What beings surround me? and on whom have I any influence, or who have any influence on me? I am confounded with all these questions, and begin to fancy myself in the most deplorable condition imaginable, environed with the deepest darkness, and utterly deprived of the use of every member and faculty. Most fortunately it happens, that since reason is incapable of dispelling these clouds, Nature herself suffices to that purpose, and cures me of this philosophical melancholy and delirium, either by relaxing this bent of mind, or by some avocation, and lively impression of my senses, which obliterate all these chimeras. I dine, I play a game of backgammon, I converse, and am merry with my friends; and when, after three or four hours’ amusement, I would return to these speculations, they appear so cold, and strained, and ridiculous, that I cannot find in my heart to enter into them any further”5

Although in his own time Hume was very respected because of his History of Britain, his philosophy went by unnoticed and his views about religion horrified people. Immanuel Kant, only thirteen years younger than Hume, claimed that he was woken from “dogmatic slumber” by reading Hume (of course, Hume being such a skeptic would have seriously doubted having any responsibility for the outcome!). Basically (if anything about Kant could be said to be basic, at all), Kant believed there actually is an objective moral law, known to us not from experience, but by pure reason (a priori). Philosophy professor Ralph Walker, of Magdalen College at Oxford, summarizes Kant like this:

“[Kant’s Moral Law] binds us to act, or to abstain from acting, simply on the grounds that the action is required by the law or forbidden by it. It is a ‘categorical imperative’: neither its authority, nor its power to motivate us, is derived from anything but itself.”6 (p.5)

In explaining his concept of moral law, Kant was opposed to most of Hume’s views. Hume believed that theoretical principles are only habits human thought derived from our psychology and ‘the contingent conditions of humanity’. Also, Hume thought that our moral principles are the natural development of attitudes that belong to human nature.6 (p. 25) Because this would mean the a priori concept was wrong, Kant launched a full-scale answer to Hume’s views in the Critique of Pure Reason, defending the inductive principle and the concept of cause as absolutely necessary for any knowledge at all. Wrongly, Kant assumed that Hume admitted to maybe a little bit of a priori knowledge because Hume did not include mathematics in his ‘empiricism‘, and that denial of such a priori knowledge would be just plain stupid (but the reason was only that Hume did not know math, so he did not write or speak about it!). Kant writes:

In this philosophical and critical age it is difficult to take this empiricism seriously, and it is presumably put forward only as an exercise for judgment and in order to set in a clearer light, through the contrast, the necessity that belongs to rational a priori principles. One can therefore be grateful to those who want to trouble themselves with this otherwise uninstructive task”.7

Ironically, in retrospective, one could say that Kant went one step further than Hume in his skepticism, by doubting Hume’s scope and capability to doubt.

While both of these great philosophers lived through what has come to be known as the “Age of Enlightenment”, they could never imagine the advances in science and technology that have transpired in the last two hundred odd years since they were alive, and how much people do “Dare to Know”, and how many times these discoveries bring about the collapse of accepted modes of thought. One example among many, is the work of astrophysicist Stephen Hawking. He has proposed that time and space are not infinite but have no edge or limit, and that there are no singularities. By doing this, he has subverted most of the science developed in the Twentieth century and brought it once more to a screeching halt to review and revise concepts that may have not been entirely correct. Then again, last century was witness to the strange situation where all scientists agreed on the facts and the mechanics of the Universe, but seemingly all disagreed about what it meant. For example, interpretations about Quantum mechanics are divided into at least six different “schools of thought”, with any one of them subdividing daily. In contrast, in the past centuries scientists were all agreed on what it all meant, but could not reconcile their facts and techniques. But the problems do not end in the realm of scientists and academics, because in the present state of our society, our philosophical stance is greatly determined by scientific facts. Apparently, the opposite is true, also. This brings a new facet of skepticism to the light: to doubt that we should doubt. Professor Hawking writes:

“Is everything determined? The answer is yes, it is. But it might as well not be, because we can never know what is determined”.8 (p. 139)

“I do not agree with the view that the universe is a mystery, something that one can have intuition about but never fully analyze or comprehend... We may not be forever doomed to grope in the dark. We may break through to a complete theory of the universe. In that case, we would indeed be Masters of the Universe”.8 (pp. viii, ix)

Although a bit melodramatic, Stephen Hawking is the best candidate to date in finding a Grand Unified Theory of Everything, the one even Albert Einstein dreamt about.

After briefly browsing through these remarkable personages’ main ideas about skepticism we still must find the value of skepticism. Pyrrho - although remarkable for his conviction - showed us that skepticism could be impractical, to say the least, in the real world when taken to extremes. Hume showed us that skepticism helps us in defining the limits of what can be known by each of us, personally, through experience and reasoning. Kant showed us that morality does not depend on how skeptic we are about what we know or how we know it, but that morality is absolutely real. And Stephen Hawking showed us that we can only be skeptical of our understanding, not of how much of it can be gained. That skepticism is a vital part in the activity of philosophy is uncontested. That it may be intrinsic to the very architecture of the human brain remains to be proven (after all, where does consciousness reside in the human body?). But is it necessary for activities other than pure reasoning? My humble opinion - which I regard first, always, even if I change it afterwards - leads me to believe that skepticism is a beneficial tool for life. It is wordless advisor in unknown situations in life and the relentless prosecutor in the mind’s wanderings. It is the small “oh, yeah?” in the back of the head when our personal beliefs are questioned, and the loud “now, wait a moment!” when those beliefs become actually under attack. It is inescapable and necessary. If anyone derives a negative value for these reasons I have given, ignorance or ignoble disposition blocks off their passage to the pure reasoning part of him somehow. We live in a time when the world is riddled by oppression and cynicism in a global scale. We live in a world when even the believers think it cowardly to leave everything up to God, or a god. We live in a world where utilitarianism is only a way of rationalizing unfeeling hearts. Skepticism did not lead us into this catastrophe: we ourselves did it. As shown in actions and words by Pyrrho (indirectly), Hume, Kant and Hawking, doubting is - for a lack of a more direct term - “good”. Even doubting our doubts, and doubting how we conceived of doubting in the first place is good. It is necessary. It is unavoidable. It just is.

Resources:

1 Frank Herbert, Heretics of Dune, Berkley 1985, p. 368

2 “Skepticism”, Microsoft Encarta Online Encyclopedia, Microsoft Corp. 2000.

3 “Western Philosophy”, ibid.

4 Anthony Quinton, Hume, ed. R. Monk and F. Raphael, Routledge 1999, p. 34

5 David Hume, Treatise of Human Nature, ed. L. A. Selby-Bigge, Oxford 1888 and later, pp. 268-269

6 Ralph Walker, Kant and the moral law, ed. R. Monk and F. Raphael, Routledge 1999.

7 Kant’s gesammelte Schriften, Deutsche Akademie der Wissenschaften, Berlin, 1900, volume V Critique of Practical Reason, p. 14

8 Stephen Hawking, Black Holes and Baby Universes, Bantam1993.

martes, 20 de noviembre de 2007

Sobre la innecesaria revelación del ser mismo



I. Sobre la innecesaria revelación del ser mismo
BLAH, BLAH, BLAH, BLAH, BLAH, BLAH, BLAH, BLAH, BLAH, BLAH, BLAH, BLAH, BLAH, BLAH, BLAH, BLAH, BLAH, BLAH, BLAH, BLAH, BLAH, BLAH, BLAH, BLAH, BLAH, BLAH, BLAH, BLAH, BLAH, BLAH, BLAH, BLAH, BLAH, BLAH, BLAH, pero te entiendo, mi cielo, y lo demás es por demás...
P.D. - Me olvidaba de decir lo más importante:
BLAH,BLAH, BLAH, BLAH, BLAH, BLAH, BLAH, BLAH, BLAH, BLAH, BLAH, BLAH, BLAH, BLAH...

(a diario, fragmentos como estos reverberan en chez François)(¿me duelen, me excitan, me llenan, me hacen menos, más, igual? después de veinte años todavía no aprendo la lección y cátedra pretendida y sigo siendo el novato perenne del amor a cachetadas, de la vida a trompicones, de la pasión a tientas, de la virilidad onanista, de la producción vana, del desliz inconcluso, de la filosofía ofuscada, del orgasmo pendiente... sigo en ciernes al mismo tiempo que estoy completo y contento... soy un descubrimiento escondido: es posible el contentamiento inconcluso y vivo como testigo principal de lo mismo...)
(se me acabó el rollo...)
II. Pero:
¿Qué se anticipa de veinte años de lo mismo, día tras día?
Ennumeremos:
Felicidad eterna.
Pasión instantanea.
Felicidad obligada.
Obligación diáfana.
Expectativas fantásticas.
Contentamiento final.
Solo el oxímoron simpático, la ironía feliz.
Paciencia, seguro que lo mejor aún se vislumbra en el horizonte del futuro...
Espera conmigo...
III. Pero, carambas:
Buscar palabras y conceptos determinantes no significa arrestar la realidad.
No significa entender nada.
Las cosas son como son, y a veces el entendimiento estorba a la felicidad...
La consigna: ser feliz o ser significativo.
Elije tú.
Yo no puedo ver más allá de mi destino inmediato y prefiero la gratificación actual que la plenitud venidera.
A la chingada con quien no entienda...
IV. Pero, además:
Son simplemente dos o tres rebanadas de un aliento cuando pienso esto, mientras que en el bulto total del día bendigo tu nombre, tu piel, tu cabello, tu sonrisa, tus desaires, tu entusiasmo, tu optimismo, tu abatimiento, tus hijos, tus sienes, tú toda, y yo junto a ti, tan solo observando, absorbiendo, nutriéndome de lo que haya para mí, si algo quedara al final del día...
Qué otro significado podría tener el compartir TODA la vida con alguien, a veces me pregunto, sin saber si necesito ayuda, o al menos si necesito perdón...

lunes, 7 de mayo de 2007

The Impermanent Belief

The impermanent belief

Because I am not a trained historian, I have always perceived the recounting of historic events as a feeble attempt to superimpose order on an otherwise chaotic expression of the emergent1 behavior inherent in a complex organism (I consider it quite plausible to perceive the human species to behave as if it were a complex organism).

That is to say that, in retrospect, historical events seem to me to unfold by having the many millions of humans alive at that specific moment in history interacting and making modifications to the behavior of their immediate neighbors; then, these cells of modified behavior in turn modify other cells around them, until we come to the point in time where we take our historical “snapshots”, and where humanity seems to behave as a coherent being – a being whose existence conforms to causality.

But it seems as if this process of emergent behavior is an ongoing thing, which has neither a beginning nor an ending. Literary melodramatic devices of revisionist history editing such as “it all started when…” or “such and such event was the point of no return…” are at best moot, if not misleading.

So, it appears to be a fool’s errand to anchor a belief or system of beliefs on the supposed validity of historical precedent.

It is, then, how I find myself here, at the beginning of the Twenty First Century, considering a peculiar event: for many decades now many of us seem to be losing our ability to match our sense of the numinous2 with the beliefs of old.

We seem to be unable neither to retain the faith passed on to us by our progenitors (which they either discovered through their own sense of the numinous or else received from their ancestors) nor to embrace a new one.

We seem unable to believe anything, or believe in anything3.

Of course, currently many still hold on to the beliefs of previous generations; and, of course, throughout all of history many have had doubts concerning such credence.

But it seems to me, in my limited and distorted personal view, that more and more people are either finding it very difficult to reconcile their perception of the real world with the teachings of their parents’ beliefs or figuring out for themselves that an accurate perception of an all-powerful divinity might be impossible to mere humans. The beliefs of many generations seem to them rather feeble and crumbling, all of the sudden.

And I often wondered why it must be that beliefs, or whole systems of beliefs, should seem so impermanent.

Maybe I am one of the many affected by the aftermath of a rapid succession of paradigm shifts4. Perhaps, I think, people living in the latter half of the Twentieth Century brought about a fundamental change in the perception of reality as a whiplash-like contrary reaction to the Nineteenth Century’s smug determinism and the first half of the Twentieth Century’s bleak realism. Maybe I am one of many who are caught in an emergent cell of behavior.

Regardless, I continue trying to understand.

“Belief” is defined by most dictionaries as the mental acceptance of the validity or truth of any concrete or abstract thing. It is important to notice that only some dictionaries (mostly legal terminology dictionaries) go as far as to include a caveat, indicating that said mental acceptance is contingent upon consideration or confirmation of the facts pertaining to the specific thing5.

But it is also important to remember that, as far as it concerns any human language, any one word is only a sound made to elicit a mental picture in the listener. Aristotle’s views of the perfect forms apply here directly: the word-sound is not the thing itself6. The real thing will forever be out of reach and only imperfectly described by mere word-sounds. Therefore, I find myself using a word-sound that can only elicit an approximate evocation of an undefined and vague concept. By forcing this word-sound to bear such responsibility, I fool myself in accepting said word-sound as if it had a reality of its own, a reality as valid as my own flesh. However, I could place any burden I wanted on this word-sound because it is only an abstraction. Its hint of any real or imaginary counterpart in the Universe depends solely on the acceptance of the one who utters it and the one who hears it.

Still, in the end, it is nothing but a sound.

So, as far as I can tell, from the moment of its inception, the word-sound we humans decided should evoke our mental acceptance of a thing was doomed to be impermanent.

But can I really blame the inaccuracies of history, the inability of my generation to accept past dogmas, or the vagaries of our languages for the impermanent nature of a belief? Or should I blame myself for not opening my heart to receive the beliefs of my fathers (as I was taught when I was a child) as if they were “a priori”?

Clearly, somewhere someone, somehow, is at fault for this…

However, the real challenge is this: once a person’s belief is identified as impermanent by him, should he not strive to find a more durable one?


Notes for further reading:

1 Emergence - http://en.wikipedia.org/wiki/Emergence

2 Numinous - http://www.answers.com/numinous&r=67

3 Nihilism - http://www.iep.utm.edu/n/nihilism.htm

4 Paradigm shift - http://www.taketheleap.com/define.html

5 Belief - http://ajburger.homestead.com/ethics.html

6 Aristotle - http://www.newgenevacenter.org/biography/aristotle2.htm

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